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martes, 25 de febrero de 2014

Epitafio.(3ªparte y última)

A  nadie parecía importarle el hecho de que sí era un gran escritor, o al menos tuvo un gran éxito con una de sus novelas. Pero la vida, o la suerte, no le habían seguido sonriendo, una mujer y una mala critica dieron al traste con aquel prometedor futuro.

        “Saben que quiero escribir sobre este  pueblo, e insisten en que tome buena nota de sus nombres para cuando salgan en el libro. ¡El otro día incluso me hice una foto con algunos de ellos! Don Ángel el cura, Ambrosio el boticario, Benigno el médico, Magdalena la panadera, Paloma la cartera, Santiago el sacristán, un sinfín de personajes cada uno con su historia particular. En cuanto tenga una copia te la enviaré, para que la veas. Tienen intención de colocarla en algún lugar privilegiado, para que todo el que visite el pueblo, sepa que estuve aquí. 
De vuelta de la taberna encontramos a las comadres sentadas en corrillo al fresco, dando buena cuenta de cualquier novedad sucedida en el pueblo. Al llegar, María tiene ya una mesa preparada en el patio con una tetera humeante llena de alguna infusión. Manzanilla, poleo, hierbaluisa, todas las ha recogido en el campo y secado ella misma. Dice que ayudan a la digestión y que así dormiremos mejor. Sentado, con la tacita en la mano, me dejo envolver por los aromas de la noche. Jazmines compitiendo en fragancia con las Damas de noche, y entre ellas,  más modesto en perfume pero con mucho más color, tratando de conquistarlas, el Galán de noche. El silencio, interrumpido brevemente por el canto de un grillo, me acompaña cuando voy a dormir. Y te busco en mis sueños amor mío. Trato de encontrar la suavidad de tu piel, de perderme en la oscuridad de tu pelo, y de oler tu perfume en mi almohada. Oigo tu voz susurrándome al oído, siento tus caricias, tus besos, y me sumerjo con placer en el interior de tu cuerpo. Eres tan real, que al amanecer, al no hallarte,y  por un breve instante, me siento tan vacío. Y es que hace tanto tiempo amor mío...”

Al perder la fama le abandonó el amor, porque quizás había sido ella la que le trajo aquel interesado cariño. Lo perdió todo y con ello la razón. Dejo atrás lo que conocía, y caminó sin rumbo, horas, días, semanas, meses, hasta llegar a Villa Nueva del Torrente Seco. Decía que allí había vuelto a encontrarse, que de nuevo podía crear.

         “Dejemos atrás los momentos tristes, y déjame seguir contándote, hablándote de esta fascinante localidad. No sé cómo un lugar tan idílico se ha mantenido tan puro. No hay coches, ni ruidos, ni humos, ni turistas dejando basura a su paso, ni grandes supermercados, ni luces de neón. La contaminación aquí es cero, en cualquiera de sus múltiples variedades. Es como si el pueblo y sus gentes se hubieran quedado anclados en el tiempo. He encontrado mi propio Brigadoon, protegido del exterior por un hechizo. Me pregunto si la magia me habrá alcanzado también a mí. Porque aunque sé que llegará la hora de dejar esta villa,  no deseo hacerlo.
Hay momentos en los que en el silencio y la oscuridad, mientras miro el cielo estrellado en estas noches de verano, trato de hallar la manera de saber si esto es real. Si no habré perdido el juicio, si existe lo que veo y lo que vivo de verdad. Dudo sobre si es posible que haya creado este lugar en mi imaginación, si mis páginas en blanco no se habrán apoderado de mí, y en lugar del escritor, no soy más que un simple personaje atrapado dentro de ellas. Si mi futuro no estará ligado a mi propia creación. Imagina por un momento, ese poder infinito en mis manos, esa bendición, o tal vez maldición. Quizá baste con escribir que estás a mi lado, para que así sea, o quizá pueda quedarme aquí para siempre, siendo suficiente con el deseo de hacerlo. Teniendo como único requisito, el ser capaz de escribirlo Y tanto si así fuere, como si no, déjame encontrar sólo palabras felices para  nosotros, llenas del amor y la pasión que siempre hemos compartido. Déjame intentar guiar por una vez; mi destino.
PD. No he fechado la carta porque no sé cuando la enviaré, ni cuando la recibirás. Paloma, la cartera, lleva el correo una vez cada quince días a la ciudad. Recibe con estas palabras todo mi amor, nunca te olvidaré.”

 Un buen día no volvió a sentarse en el banco de la plaza, frente a la iglesia, mirando el tejado a medio recomponer. Pensaron en el pueblo que había desaparecido al igual que apareció, en mitad de la noche y con la niebla. Echaron de menos sus amables “buenos días”, su sonrisa medio desdentada, y aquellas largas charlas por las noches en la taberna, donde explicaba a todos como progresaba su novela siempre a medio terminar. Pero nadie le buscó, de todos modos no era más que un desconocido, que por azares del destino había compartido algunas semanas con ellos en el pueblo.
Le encontraron muerto hace dos días, arriba en el monte, sentado bajo la encina grande. Tenía puesto el sombrero, y la libreta de pastas rojas como la sangre en las manos. Cuando la abrieron, no encontraron más que garabatos en sus páginas, nada que se pudiera entender. En sus bolsillos hallaron una foto, en la que se le veía mucho más joven junto a una mujer, y una carta sin dirección alguna que al parecer pensaba enviar.
Sólo quedan dos cosas que demuestran su paso por el lugar.
 Una de ellas es una fotografía, tomada por Manuel el ventero casi por casualidad.  Se le ve sentado en la plaza, esperando, con el sombrero a su lado, dormido por el cansancio, por el calor, hay quien piensa hoy que por alguna enfermedad. Está colgada en la venta, bajo el perchero de madera, y ya forma parte de la decoración del establecimiento.
La otra es su lápida, sin nombre, en el cementerio del pueblo.
 En ella se puede leer “ESCRITOR”. Al fin y al cabo, era lo único que él quería ser.

                                                  Fin.




domingo, 23 de febrero de 2014

Epitafio. (2ªparte)

- Novelas- contestó, señalando la libreta que asomaba en el bolsillo.
Manuel no le preguntó por su nombre, con aquella pinta debía ser un mal escritor. Ninguno va por ahí vestido con andrajos y  pidiendo limosna para comer. No, no pensaba que aquel pobre hombre fuese como él decía, escritor. Al salir se quedó parado junto a la puerta. Miraba el viejo perchero de madera, único objeto que Manuel conservaba de sus padres, brillante por las repetidas manos de barniz que el ventero aplicaba cada año religiosamente. Un viejo sombrero colgaba en el, olvido de algún visitante, y que con el tiempo pasó a formar parte de la decoración del local.
- Bonito sombrero- le dijo a Manuel tocándose la cabeza.
- ¿Lo quiere?- preguntó este.
Volvió a tocarse la cabeza, calculando la posibilidad de que el sombrero le cupiese. Bajó la vista, dudando si aceptarlo o no, o puede que avergonzado por tener que hacerlo.
- Lléveselo, me hace un favor si lo hace. Alguien lo olvidó aquí, ni me acuerdo de cuando, lo guardé pensando que vendrían a buscarlo. Para lo único que me sirve es para acumular polvo. A usted le resguardará del sol, cae de justicia en esta época del año. – dijo Manuel.
Sin decir una palabra, alargó la mano, lo sacudió y se lo puso. Lo ajustó con trabajo por la larga pelambrera, y pasó los dedos por el ala con cuidado, casi con ademanes de galán.
- ¡Gracias!- dijo con una amplia sonrisa muestra de su agradecimiento.
Aquella prenda se convirtió en parte de su indumentaria, y pocas veces se le veía sin el.

        “Caminé durante horas, curiosamente me parecía ir siempre cuesta arriba por aquellas calles. Busqué el Ayuntamiento creyendo que allí encontraría una oficina de turismo, pero aquí no tienen de eso. El edificio que apenas destaca de los demás, pasaría inadvertido de no tener colgada en su puerta varias banderas, la española, la de la comunidad y como no, la del pueblo. Fue el propio secretario del alcalde quien me dio las señas del lugar donde me hospedo. ¿Puedes creer que no hay hoteles, ni casa rurales aquí? En ese sentido, y en muchos otros, es un paraíso totalmente virgen. Vivo en casa de Juan y de María a los que llaman los Garnachos. Después supe que el mote se debe a que cultivan uva garnacha de la que hace un excelente vino. El secretario del alcalde es su sobrino, y gracias a él, me acogieron en su hogar como si de un familiar se tratase. ¿No te parece increíble? Nadie en su sano juicio tal y como están las cosas en el mundo, dejaría a un prefecto desconocido entrar en su casa. Pero aquí todos parecen fiarse de todos y afortunadamente, también de mí.”

El verano avanzaba, y aunque de noche refrescaba bastante no parecía incomodarle dormir a la intemperie. Un rincón en la plaza entre la iglesia y el Ayuntamiento, se convirtió en su improvisado hogar. Con el paso de los días los habitantes del pueblo se fueron acostumbrando a su presencia. Siempre sentado, observando atentamente todo lo que pasaba a su alrededor, charlando con unos y con otros,  parándose a oler las flores y escribiendo en aquella libreta. De vez en cuando abandonaba su sempiterno asiento en el banco de la plaza y daba largos paseo hasta salir del pueblo. Caminaba entre los huertos, por los campos de trigo recién segados, en busca de soledad. No le bastaba con aquel aire ausente que parecía aislarlo de todos y todo, y que siempre le acompañaba. Se sumergía por completo en la melancolía y la tristeza de los que están desamparados. En lo más alto del monte al que le llevaban sus pasos había una encina, la encina grande la llamaban, porque su tamaño la distinguía de las demás. Sentado bajo sus centenarias ramas escribía, concentrado en aquella libreta de pastas rojas como la sangre. Arrancaba hojas y dejaba que el aire se las llevase, miraba el papel ascender con una sonrisa, como si el viento fuese capaz de hacerlo llegar al destino que su mente, o tal vez su corazón, deseaban. Y como un niño lloraba decepcionado después, al verlo descender a tan sólo unos metros de distancia.

        “Y así comencé mi vida aquí, una maravillosa rutina que me tiene totalmente atrapado. Estamos a mediados de Julio, me levanto temprano con el canto del gallo, nunca he tenido mejor despertador, y salgo a dar un paseo por el pueblo. Compro pan y algunos dulces para el desayuno, curiosamente la panadera se llama Magdalena, un nombre que le viene que ni pintado. Cuando llego a la casa María tiene el café preparado, lo hace de pucherete, añadiéndole un puñado de cebada para que no esté tan fuerte. Adquirió la costumbre cuando el café escaseaba y sigue midiéndolo como si fuese oro. Al finalizar el desayuno me siento a escribir, al fin y al cabo eso me trajo hasta aquí. Repaso las notas que he ido tomando, las charlas, los comentarios, lo que me cuentan unos y otros, cientos de historias que intento plasmar en el papel. Vine a buscar una inspiración perdida, una musa fugada, y  las he encontrado, podría pasarme horas y horas sentado delante de los folios en blanco sin parar de escribir. El día avanza y después de comer, el calor incita a la siesta. La casa es antigua y de muros gruesos, puedo asegurarte que no es necesario el aire acondicionado para mantenerla fresca. Al anochecer acompaño a Juan a la taberna, lugar de encuentro y reunión de los más variopintos personajes. Mientras él juega una partida al dominó, yo escucho lo que me quieran narrar. Cuantas veces he sentido al oírlos la necesidad de correr a contarte alguna anécdota divertida, o todo lo contrario, relatos que llegan al corazón y hacen que las lágrimas afloren con facilidad a mis cansados ojos. Pienso que voy a verte al llegar a casa, que me escucharás mientras miras por la ventana, casi distraída. Y cuando ya crea que no me prestas atención, preguntarás algo que me hará sonreír, porque sí que estabas atenta. Hay días que me parece verte a lo lejos, y es del todo imposible porque no sabes a ciencia cierta donde estoy. En esas ocasiones me pregunto si ya te he escrito, si me has contestado o desde cuando no hablo contigo. Te echo terriblemente de menos, pero este lugar me hace perder la noción del tiempo”

 En los días más calurosos se le podía encontrar arrellanado en el interior de la iglesia. Aunque prefería estar en aquel banco que ya parecía de su propiedad. Los frondosos naranjos amargos y las exóticas palmeras de la plaza le brindaban su sombra. En ocasiones solía colocar una silla vacía frente a él, se quitaba el sombrero colocándolo con cuidado a su lado, miraba su viejo reloj de bolsillo y esperaba. El calor de la tarde veraniega lo adormecía, pero nadie se atrevía a quitar aquella silla vacía. Había quien decía que hablaba con algún ser totalmente imaginario, un amigo invisible o una amante incorpórea. Durante las noches visitaba la taberna. Distraía a los parroquianos con  largos soliloquios sobre escritores y libros que nadie en el pueblo, salvo quizás el maestro, había leído. Francisco, el tabernero, lo invitaba a un vaso de vino y a unas aceitunas, que él agradecía como si del mejor manjar del mundo se tratase. Algunos días, al vaso de vino de Francisco se unía el de alguno otro, y animado por el alcohol hablaba de si mismo, vaciando su alma sin darse cuenta. Contaba mil y una historias sobre mujeres hermosas que lo habían amado, de los lujos y el sofisticado mundo que dejó atrás. Lo escuchaban con interés, y alguno incluso se estiraba alargándole una moneda que él, disimuladamente, se apresuraba a guardar. A  nadie parecía importarle el hecho de...

                                                         En un par de días....el final.

viernes, 21 de febrero de 2014

Epitafio. (1ª parte)

Algunos lo llamaban loco. Él se llamaba a sí mismo; Escritor.
Llegó a Villa Nueva del Torrente Seco de noche, envuelto en una niebla espesa.  Nadie en el pueblo supo a ciencia cierta cómo había llegado hasta allí. Cuando la bruma se despejó por la mañana, estaba sentado en un banco de la plaza frente a la iglesia. Un fuerte vendaval se había llevado como de un manotazo  gran parte de la techumbre del templo, y con la llegada del buen tiempo, habían comenzado las obras. Contemplaba sin pestañear el tejado a medio recomponer, viendo como teja a teja, crecía la piel que cubriría de nuevo aquel gigantesco esqueleto. De repente bajaba la vista, y garabateaba en una libreta con las pastas rojas como la sangre, para acto seguido, sumirse de nuevo en la contemplación.

        “Amor mío, llevo aquí no sé cuantos días pero hasta ahora no me he sentado a escribirte. Casi puedo imaginarte con esta carta en las manos, sentada en el  sillón y con la manta marrón chocolate que te regalé sobre las piernas. En la mesa seguro que humea una taza de té, déjame pensar... té verde con malva y saúco ¿He acertado? Mueves la cabeza negando suavemente, y en tus labios se dibuja una sonrisa. No entiendes mi costumbre, a la que tú llamas manía, de escribir en lugar de usar el teléfono. Con lo sencillo que es pulsar sólo una tecla, eso sueles decirme. Pero sabes que amo las palabras, y no sólo me agrada decírtelas al oído, me gusta escribirlas y que las leas. “

Llevaba el pelo largo y barba de varios días, ojeras de no dormir y la piel pálida como si hiciese años que no le daba el sol. Apenas tenía carne sobre los huesos, y la gruesa chaqueta de pana debía darle calor. Las comadres reunidas en corrillo especulaban sobre el origen de aquel hombre, algunas decían que no era más que un mendigo, otras, mucho más acertadas, que tenía roto el corazón

         “Déjame llevarte despacio por este lugar, déjame que te hable de él y de sus gentes. Sé que a ti te parecería en exceso rural, pero eso era precisamente lo que andaba buscando. Este pueblo perdido entre las sierras de la Andalucía más profunda, donde los acentos son muy cerrados pero sus gentes, las más abiertas
 La ruta que tracé en el mapa no me sirvió de mucho, terminé perdido, y sintiéndome totalmente un aventurero seguí a mi pobre sentido de la orientación. Llegué a un punto donde la carretera se bifurcaba, por un lado podía continuar sobre un asfalto impecable, por el otro, la tierra  y los hierbajos lo invadían todo convirtiendo la calzada en apenas un camino. Opté por el más difícil, quizá para empezar a cambiar mi manera de hacer las cosas. Un par de kilómetros después el camino se volvió más transitable, la carretera estaba a todas luces vieja y mal conservada, pero al menos el coche dejó de traquetear. Era medio día y el sol estaba en todo lo alto, pero el tupido bosque de encinas y alcornoques que crecían a ambos lado del camino, me brindaba una sombra casi perpetúa. La luz me deslumbraba en los breves momentos en los se abría hueco entre la vegetación, y lograba atisbar el resto del paisaje. Cuando en los muchos libros que he leído, una mansión, o un pueblo, aparecían de pronto tras una curva, me parecía que el autor exageraba, que nada aparece en un horizonte tan súbitamente. Pues justo así, apareció ante mi vista Villa Nueva del Torrente Seco, como sacada de la chistera de un mago. Si visto desde lejos el lugar es hermoso, cuando caminas por sus calles te embelesa. El coche se quedó a la entrada del pueblo, rindió su alma al igual que yo ante aquella vista,  espero que aún siga allí. Las calles estrechas que lo componen son para las personas o para alguna bestia como todavía se ve por aquí, pero ni el más pequeño de los utilitarios cabría en ellas. Calles empinadas y empedradas con apenas aceras. Casas encaladas, con balcones llenos de color, el rojo de las gitanillas o el rosa y  blanco de los geranios. Puertas siempre abiertas que te dejan ver hermosos patios, algunos  conservan el pozo en el centro, rodeados de las hojas verdes, lustrosas y abundantes de los lirios de agua y las aspidistras. Columnas de piedra oscura y vieja, que las mujeres friegan con estropajos al llegar la primavera, para quitarles el verdín que acumularon durante el invierno. Sombras frescas que invitan al descanso.”

No tenía dinero, eso le dijo a Manuel, el de la venta, cuando después de un día sentado al sol fue a pedirle un poco de agua. Manuel es un hombre generoso, y al agua, añadió un par de bocadillos que él se guardó en la chaqueta, junto a la libreta.
- Soy escritor- le dijo a Manuel.
- ¿Y qué escribe?- preguntó el ventero
- Novelas- contestó, señalando la libreta que asomaba en el bolsillo.

                                                  En un par de días....más.

viernes, 14 de febrero de 2014

Amantes (3ª y última parte)

Pronunciar esa sola sílaba le supuso un esfuerzo enorme, jamás le había dicho no, a nada. Se sintió agotada y sin fuerzas, las lágrimas que llevaba rato conteniendo brotaron silenciosas, si no se giraba, él no las vería.
Él no podía creer lo que oía, con aquel no, sintió su corazón resquebrajarse, un corazón que negaba tener, o que ocultaba tanto como podía. Si se levantaba de la cama en apenas unos pasos estaría junto a ella. Debía tener la piel fría, la primavera, que apenas había comenzado, no estaba siendo muy cálida. La abrazaría, pegando el pecho a su espalda, para que se sintiese protegida, para darle el calor que de alguna manera sabía que necesitaba. Pero no era capaz de moverse, ella era arena, agua, que se escurría de sus manos, escapándose poco a poco entre sus dedos. El miedo a perder a quien amaba lo dejó clavado al colchón. Y ella pensó, que a él no le importaba, que como siempre creyó no movería un solo dedo por su amor, que la dejaría ir sin más, si siquiera pedirle que recapacitase. Sin decirle al menos que se quedase...que la deseaba.
Había quemado sus naves, cerrado todas las puertas, no tenía manera de echarse atrás, y él, no le brindaba un resquicio por el que intentar volver, simplemente, guardaba silencio.
Él buscaba las palabras justas, las que le hicieran entender que la necesitaba, pero se detenían en una garganta agarrotada por la falta de costumbre de pronunciarlas.
Recogió su ropa esparcida por el suelo, se vistió en silencio sin girarse a mirarlo ni una sola vez. Si lo hubiese hecho quizá habría visto como la observaba. Puede que ella hubiese encontrado el amor en sus ojos, puede que él hubiese visto sus lágrimas.
Cuando ella se marchó lo hizo pensando que a él no le interesaba, que no la retenía porque no la amaba, y él, se quedó tumbado en aquella cama helada, pensando, que era de otro de quien estaba enamorada.

Algunas veces tenemos el amor, como si fuese un pajarillo posado en la palma de la mano, y por unas cosas o por otras, por no ser consecuente con lo que queremos, porque pensamos que la vida quiere otra cosa de nosotros. Porque pensamos que es algo que no necesitamos, que vivimos bien si él, que no nos hace falta porque tenemos otras cosas. Porque no es más que algo que sentimos, y no le damos importancia. Porque no es más que eso...amor...¡qué locura!...¡a quién se le ocurre enamorarse!. Lo dejamos ir, y justo entonces, lo echamos de menos...en la palma de la mano..


viernes, 7 de febrero de 2014

Amantes (2ª parte).

-¿Amor? ¿Cómo te atreves a llamarme así?- dijo ella enfadada
Le dio la espalda y volvió a mirar por la ventana, apartando tan sólo un poco el visillo. Fuera se oía jugar a unos niños en el parque cercano. La primavera lo llenaba todo de vida y los arboles estrenaban el verde radiante de sus hojas nuevas. La gente iba y venía caminando por la acera cada uno a lo suyo, nadie levantaría la vista hacia la ventana, nadie se fijaría en aquella mujer desnuda que miraba con disimulo sin apenas apartar la cortina.
Amor, él la enseñó a disfrutar de los momentos de pasión, a vivir el instante sin pensar jamás en un mañana. Quiso enseñarla a vivir sin amor, pero estaba cansada. Cansada de alimentarse de las migajas de una felicidad que nunca era del todo para ella. Cansada de vivir en un continuo espejismo de lo que podría ser y nunca era. Había intentado llenar todos los huecos de su vida, todos sus vacíos, con todos aquellos hombres, sin conseguirlo. Durante un tiempo fue una buena alumna, una discípula aplicada, trató de complacerlo en todo lo que deseaba, fuera y dentro de la cama. Él sabia que había otros y en el fondo parecía gustarle que así fuese. Ella hubiese hecho cualquier cosa por agradarle.
Hasta que se dio cuenta que había sucedido aquello sobre lo que él tanto le advirtió.
Sólo en los breves momentos que pasaba a su lado se sentía completa. Lo que le molestaba era pensar que no se hubiese dado cuenta. ¿Acaso todas las mujeres se entregaban a él como lo hacía ella? Porque ella ponía algo más que pasión en el sexo, le añadía todo el amor que su corazón era capaz de albergar ¿Es que no lo veía?.
No había otro, hacía meses que no lo había. Estaba enamorada eso era cierto, del hombre que había debajo de aquella fachada de eterno amante. Del que la escuchaba cuando quería hablar, del que la apretaba contra su pecho al llegar, del que la besaba tiernamente en la frente, del que la arropaba en las tardes frías de invierno, del que de verdad se había tomado la molestia de conocerla. Y sí, iba a dejarlo, porque lo amaba, porque no soportaba ser sólo su amante ni un día más.
-Por favor...ven aquí- dijo él de nuevo.
Ella cerró los ojos y apoyó la frente en el cristal.
Él tuvo que esforzarse para oírla porque su voz apenas fue un susurro la primera vez que dijo...
-No.

                                        En la siguiente lo acabo...lo prometo.

lunes, 3 de febrero de 2014

Amantes (1ª parte)

Él había ido quitando una a una todas las capas. La niña asustadiza, la adolescente tímida y acomplejada, la novia fiel, la esposa sufrida, la madre abnegada, hasta que sólo quedo ella; la mujer.
Era suya, él la  había rescatado del lugar en el que llevaba toda una vida atrapada. Aquella mujer que acababa de abandonar su cama. Aquella que paseaba su desnudez con gracia altiva por la habitación mientras le hablaba, tenía que seguir siendo suya.
Le había enseñado cuan poderosa podía ser, cuanto podían desearla los hombres, él, le había enseñado a tener amantes. Había sido su maestro, su mentor, y ella, su aprendiz. Y ahora, parecía capaz de superarlo.
La amaba, la amó casi desde el primer momento, y disfrazo su amor del más puro deseo para no pronunciar nunca un te quiero.
Sentía aún el calor de su piel en la yema de los dedos, quiso retenerla en la cama, pero ella...¿Qué era lo que estaba diciendo? ¿Qué había dicho justo antes de abandonar las sabanas?
-Voy a dejarte.
Las palabras resonaron en sus oídos una vez más, no, no las estaba recordando, no sonaban en su mente, ella, ella volvía a pronunciarlas.
-Estoy enamorada.
¿Enamorada? ¿De quién? ¿Cuándo? ¿Cómo?. Aquellas eran las preguntas que se haría un marido a punto de ser abandonado, pero no él. Él era su amante ¡Por Dios! ¿Cómo se atrevía a abandonarlo? Debería ser él quien lo hiciese, quien la dejase envuelta en un mar de lágrimas en mitad de aquella habitación donde tanto se habían...¿Amado?
Tenía que hacer que volviese a la cama, aquel era su terreno, allí era suya. Sabía como dominar su cuerpo para que respondiese a la más mínima caricia. Allí no necesitaría palabras, sería ella quien le suplicase que la dejase quedarse. Nadie le daba lo que él. Nadie entendía cada uno de sus gemidos como si fuesen instrucciones precisas de lo que deseaba. Sólo él, y no podía permitir que eso cambiase.
Apartó la sabana dejando al descubierto el lugar que ella había ocupado un instante antes, y le habló.
-Ven a la cama, amor...
Ella dejó de mirar por la ventana y giró la cabeza sorprendida.
-¿Amor?

                                     En cuanto pueda...más...