Resistía el impulso, el deseo de golpear en el pecho a aquella figura impasible.
Quería zarandearlo, gritarle, ¡¡¿Por qué?!!. Quería hacer o decir algo que lo hiciese enfadar, que le devolviese los gritos. Quería que mostrase sus sentimientos, sus emociones. Debía sentir alguna cosa, por ella o contra ella. No era posible que todo pasase a su lado como si no lo tocase. Cómo podía verla sufrir, verla llorar, ver como cada día se aferraba a una ilusión que desaparecía. Cómo podía verla luchar por no rendirse, y no tenderle una mano para ayudarla. Cómo podía decirle que la amaba, y no abrazarla para protegerla. Cómo podía verla recomponer sola una y otra vez ese corazón que él rompía, y no recoger del suelo ni un solo pedazo para ella. Cómo era tan frío. ¿Acaso no sentía su calor cuando la tenía cerca?
Ya no tenía nada más para poder darle. No le quedaba nada, se había vaciado por completo. Arañaba cada día los restos de aquel amor, reuniéndolos en un intento vano de darle vida otra vez. Aún le quedaba un hálito de esperanza. Si él se diese cuenta de cuanto lo amaba. Si la mirase a los ojos tal vez la viese. Si se despojase de aquella coraza tras la que se escondía, tras la que se parapetaba. Si dejase hablar a su corazón...Si por una vez perdiese esa fría e impasible compostura.
Si dejase de mirarla como ahora, desde lejos, con la indiferencia que uno muestra a un loco... a una loca...