Tradúceme.

lunes, 13 de marzo de 2017

¿Y si...?

Tuvo miedo de ella, desde el primer momento en que la vio. Desde ese instante en que sus miradas se cruzaron. Desde que estuvo tan cerca que pudo oler el perfume de su piel, y sentir el calor que emanaba su cuerpo. Tuvo miedo cuando fue consciente de que la deseaba. Miedo a que ella le correspondiese. Miedo a disfrutar de ese deseo. Miedo de hacerla suya, de poseerla. De perderse en su cuerpo, de estar dentro de ella hasta que entre gemidos le pidiese que se derramase en su interior. Miedo a querer eso una, y otra, y otra vez. Miedo a ser adicto a ella, a que su sensualidad le crease una adicción imposible de resistir. Miedo a no poder vivir sin todo eso. Sin las caricias, sin la pasión, sin el amor. Miedo a cambiar su vida, por lo que tanto deseaba. Miedo a sufrir.
Tuvo tanto miedo que no hizo nada, y la dejó marchar. 
Ahora siente nostalgia de lo que no fue, y solo tiene miedo, de volver a sentir miedo...

jueves, 2 de marzo de 2017

Un párrafo de una página cualquiera...

Vamos nena, tú no quieres que me vaya dijiste acercándote a mí.
¡Vete! levanté la mano con intención de abofetearte.
La sujetaste con fuerza en el aire impidiéndome hacer lo que quería. Con la otra mano me cogiste de la cintura y me pegaste a ti. En mi memoria me justifico algunas veces pensando que me resistí, pero lo cierto es que no lo hice. Dejé que tu boca poseyese la mía con tal vehemencia que me rendí al beso de inmediato. Estaba acostumbrada a besos dulces, no a la pasión exigente que había en tus labios. Estaba acostumbrada a caricias cálidas, no al rastro de fuego que dejaban tus manos a su paso y que me quemaba en la piel. Estaba acostumbrada a una humedad en mi interior tibia y sensual, no a aquel deseo líquido, ardiente, sexual. Hay quien dice que la conciencia no le deja hacer tal o cual cosa, creo que mienten, hay mil maneras de acallar la conciencia,  yo las encontré. Había tenido una educación tradicional, mi familia era eso que llaman chapados a la antigua. Y allí estaba yo, en mitad del salón de la casa de mis padres, deseando a un hombre que no solo no era mi novio o marido, sino que debía haber sido mi cuñado. Estaba haciendo todo lo contrario a aquello que habían sido mis valores, mis creencias, mi vida hasta ese momento. Y allí estabas tú, arrancándome la ropa a tirones mientras sin pudor alguno me ofrecía a ti.