Él la estaba esperando. Las luces de Navidad eran como pequeñas estrellas que hubieran ido a posarse sobre las copas de algunos árboles. Apretó el paso, la plaza era grande y parecía que que sus tacones se negasen a cubrir tanta distancia. Luminosos paquetes simulando regalos al pie del un abeto, un villancico a lo lejos, el sonido de sus pasos cada vez más rápidos, porque él la estaba esperando. Ni siquiera notaba el frío que le helaba los labios, porque cientos de besos le ardían ellos. No podía detenerse, casi sentía la fuerza de su abrazo. Él la estaba esperando. Con aquella bufanda que le tejió hace años al cuello, con el abrigo abrochado, una mano en un bolsillo, en la otra una bolsa ¿Tal vez un regalo? Él la estaba esperando y él era el único regalo que deseaba, el único que como una niña pedía con los ojos cerrados y el corazón lleno de ilusión, de esperanza, de amor. Se miró los pies ¿Por qué se habría puesto esos zapatos? Eran pesados y no avanzaba. Levantó la vista y él, ya no estaba. ¿Dónde había ido? Giró sobre si misma, y lo vio, justo al otro extremo de aquella gigantesca plaza ¿Cómo había podido caminar en dirección contraria? Corrió, se deshizo de aquellos zapatos que se negaban a avanzar y corrió. Mientras más corría más lejos estaba él, nunca, nunca, nunca lo alcanzaría. Los ojos se le llenaron de lágrimas que se helaron con la noche fría, pero ella apenas lo sentía, porque aún le ardían cientos de besos en los labios...