Y este corazón mío,
siempre suplicante, siempre anhelante, siempre esperanzado, no entiende de
conveniencias sociales, ni de deberes mal entendidos, ni de nada, que no sea
amarte. Ya sé, que solo yo lo oigo, que grita en silencio, que calla, que
admite, que consiente. Ya sé, que solo yo sé cuanto sangra, cuanto sufre,
cuanto llora, cuanto padece. Y solo yo sé, cuantas veces restañe esas heridas a
solas, cuando nadie lo ve, para poder fingir que todo va bien. Cuantas y
cuantas veces se ha recompuesto, reemplazando los pedazos más dañados por una
ilusión nueva que enseguida late. Injertos de sueños que siempre prenden, por imposible que parezca,
siempre lo hacen. Y lo roto, si no lo
miras de cerca, parece fuerte e intacto. Nadie salvo yo sabe lo débil que está
algunas veces, lo mucho que necesita que alguien lo sostenga con cuidado, lo
conforte y lo refuerce. Y nadie sabe que esa persona, eres tú. No sabía que iba a amarte, y cuando lo supe,
no pensé que sería fácil, pero dejarte,
alejarme, olvidarte, sería aún mucho más difícil. No sabía que cada una de mis
sonrisas, iba a estar precedida de un mar de lágrimas.
Y sí, ya sé, que todo
eso solo lo sé yo, que no sale de mi pecho. Que este amor, igual que mi
corazón, está encerrado en una cárcel de carne y hueso, prisionero de todo lo
que creemos que necesitamos más que el uno al otro. Cautivo, silenciado,
clausurado, censurado. Y este corazón mío, siempre suplicante, siempre
luchador, golpea con fuerza en este pecho que lo aprisiona, como si quisiera
salir e ir en tu busca, como si pudiera llegar a ti y decirte…
¿Es que no ves cuanto
te amo…?