Volver, retomar, continuar...
La imagen es la que tantas veces he visto en algunas películas. Una habitación a oscuras, alguien que abre una puerta por la que se cuela la luz del sol. Motas de polvo danzando en ese haz luminoso, atrevido y curioso. Muebles cubiertos por polvorientas sábanas que un día fueron blancas. Alguien que tira de esos sudarios y el sonido de la tela al caer. Más polvo, tanto que ese alguien sacude la mano ante si queriendo librarse de él. Quizá una tos. Una mirada alrededor para confirmar cuanto trabajo por hacer queda y, que de nuevo ese lugar, este, sea el que era.
Siempre que escribo algo, lo que sea, comienza en un sitio como este. Tengo tanto que decir y, como siempre, tanto miedo de decirlo. El miedo devora sueños y los sueños no oponen resistencia. Al menos los míos no lo hacen. No creo en perseguirlos. Si un sueño huye de ti, por qué correr tras él. Debe permanecer a tu lado, y tú debes protegerlo y hacerlo crecer. Lo que vivimos hoy en día ha acabado con los sueños de muchos. En mi caso se llevó por delante lo que puedo llamar, inspiración. Acrecentó el miedo. Miedo a que todo lo que pudiera decir se diseccionará, o peor, que no se hiciera y nadie entendiese lo que mis palabras querían expresar.
Sirvan estas para quitar telarañas, sacudir el polvo, abrir ventanas y dejar que entre el aire frío de enero. Sirvan estas para desanquilosar mis dedos, para que recorran una vez más el conocido camino del teclado y ver, para mi sorpresa, que no han olvidado donde están cada una de las letras. Sirvan estas como un entrenamiento no muy extenso ni muy duro, no hay que intimidar a esa inspiración, si alguna vez la he tenido, que parece haberse asomado conmigo a este abandonado lugar...