Ella no era más que un recipiente, que se llenaba hasta derramarse de todos aquellos sentimientos. Para no desperdiciarlos los escribía en un papel, los vertía directamente de corazón a corazón. Los susurraba de oído a oído. Los transmitía de piel a piel, con el leve toque de sus letras, con la caricia tibia de sus palabras. Sentía que aquello que era capaz de hacer era lo más hermoso que había en ella. Lo único hermoso, lo único con cierta valía. Se escondía y se mostraba, tras cada punto, en cada coma. Y tras los puntos suspensivos, siempre sintió...que se perdía...
Siempre esperando que tras el punto final, alguien la encontrase.