Uno de sus más fieles combatientes le había hecho una pregunta. La princesa guerrera buscaba una respuesta, la adecuada. Una que hiciese que aquel viejo y valeroso soldado, que durante tantos años le había servido, y que sin dudar hubiese entregado su vida por ella, renovase la esperanza y la fe perdida en lo que hacían. La que haría que ella, también la recuperase.
-Decidme señora ¿Por qué seguimos aquí?- volvió a preguntar a su espalda.
Podría girarse y usar su autoridad, castigar a quien osaba atreverse a cuestionarla. Podía imponer un castigo ejemplar, eliminar de raíz el descontento que amenazaba con hacer mella entre sus huestes. Pero aquel curtido guerrero no lo merecía, la había seguido hasta allí, había esperado con ella y mantenido el sitio de la Ciudadela a su lado, sin desfallecer en ningún momento. Con la rodilla clavada en la tierra y la mirada baja, el aguerrido caballero espera la respuesta.
"¿Por qué sigo aquí? se preguntó a si misma la princesa. ¿Sigo aquí porque aún estoy enamorada? ¿Por qué no rendirme a la evidencia? ¿Orgullo? El Capitán de la Ciudadela nunca se entregará a mí, nunca será mío. Y la respuesta a los por qué es sencilla. Él no me ama, si me amase como yo lo amo no habría ley ni del hombre ni de Dios, que pudiera interponerse entre nosotros. Conozco su talante, su hombría, su valor. Nunca pensó entregarme lo que le pedía, solo me mantuvo aquí, esperando, desesperando, dejando pasar mi vida entera. Dejando que me consumiese, de amor, por amor, por su amor, por un imposible, por un sueño, por una promesa vana ¡Maldito seas! se dijo, mientras cerraba con fuerza la mano en la empuñadura de su espada."
Ante ella se alzaba lo que codiciaba, La Ciudadela. Ella no quería sus riquezas, ni sus tierras. No ansiaba gobernar a quienes tanto la repudiaban. Solo quería una cosa, anhelaba poseer una sola cosa, el corazón de quien protegía aquellas murallas.
-¡Levántate!-le gritó al soldado que se apresuró a cumplir su orden.
No se giró a mirarlo, podía imaginarlo. Con la cota de malla ajada, con la armadura ennegrecida, con barba de muchos meses en la que ya aparecían canas, con la mano presta en la espada, con el brillo fiero de sus ojos esperando una orden. Cómo podía decirle a alguien así que solo estaban allí por amor. Cómo pedirle que se rindiese con ella, o pedirle, que arengase a sus hombres para una batalla que ella no quería luchar. Como decirle que no sabía qué debía hacer...
-¡Mi señora!- dijo con voz marcial el soldado para hacerle saber que esperaba su respuesta, su orden.
-El tiempo de seguir esperando ha terminado- dijo la princesa.
-¿Lucharemos?-preguntó el guerrero.
La princesa continuó en silencio, con el dolor de la duda aprisionándole el pecho...hiciese lo que hiciese perdería a quien amaba...