Un pájaro en una jaula, un pez en una pecera. Nunca le gustó ver confinados en pequeños espacios a seres que podían disponer de un mundo entero para ellos. Volar era para ella sinonimia de libertad, poder surcar las inmensas aguas de un océano no se quedaba atrás. Aquella mañana, una cualquiera, con el sol otra vez pugnando por un sitio en un cielo ocupado por nubes oscuras, aquella mañana, se sintió un pez en una pecera, un pájaro en una jaula. Encerrada en la jaula que ella misma había construido, forjó los barrotes con el amor que sentía y se encerró tras ellos. Dentro de la pecera a la que ella misma saltó. Construyó el resistente cristal de ilusiones y esperanzas, todas ellas vanas, pero indestructibles. A la merced de aquel a quien entregó su corazón. Aquel que depositaba en el agua de la pecera el amor que le cabía justo entre los dedos, una pizca, lo suficiente para alimentarla, Aquel que podía jactarse de que si abría la jaula, ella no la abandonaría.