Entre los naranjos,
envuelta en aromas de azahar, una mujer entretenía la espera contando
estrellas.
¿A quién esperas, a un
amante quizás? Preguntó la luna
La mujer bajó la mirada
sorprendida y azorada, ocultándose entre las verdes y fragantes hojas de los
arboles.
No temas mujer, no
te avergüences de amar, que bajo mi luz se dan toda clase de romances. Dijo la
luna.
No hay vergüenza alguna en mi amor, luna. Respondió
la mujer.
¿Por qué te ocultas
entonces? ¿Por qué no dejas que te bañe mi luz haciéndote a sus ojos aún más
hermosa? ¿Por qué no dejas que él, te jure por mi belleza plena amor
eterno? Volvió a preguntar la luna.
No necesito ser más
bella, él me mira con los ojos del corazón. No necesito juramentos, ni
promesas, sé cuánto me quiere, me lo dicen los silencios de sus besos. No me
haces falta luna. Respondió la mujer.
La luna, ofendida con
la mujer se oculto tras las nubes. Pensando que así su amante no la encontraría.
Llenó la noche de
oscuridad, pero olvidó que los que se aman no necesitan luz alguna para
hacerlo.
Cuando los amantes se encontraron, el amor que
sentían los hizo brillar de tal manera que eclipso a la luz de la propia luna.
Y esta, envidiosa, no pudo dejar de asomarse entre las nubes, queriendo que
alguien, alguna vez, la amase así a ella.