Preparé la habitación para ti. Apenas tenía muebles todavía,
al menos ninguno nuevo, todos podían hablar de mi historia mientras viví allí.
El viejo sofá conservaba casi todos los cojines, y dentro de uno de los
armarios encontré un par de colchas viejas a las que sacudí el polvo. Las
extendí en el suelo del salón y coloqué lo mas “artísticamente” que pude los
asientos del sofá. Rebusqué velas que en su día ya habían regalo su cálida luz,
no intenté recordar en qué momento las usé. Bajé las viejas persianas de madera
que se negaban a despegar sus lamas, y que al hacerlo, se descascarillaban
esparciendo restos de pintura verde por todas partes. La casa era vieja, fría
en invierno y calurosa en verano, de esa manera la recordaba. No sé por qué te
cité allí. Quizá porque estaba lo bastante lejos y lo suficientemente cerca.
Porque yo podía ir dando un paseo, y a ti, te sería fácil encontrar el camino.
Encendí las velas con prisas cuando oí acercarse a lo lejos el coche. Pequeñas y desordenadas iluminaron la estancia. El conjunto no era
demasiado armonioso, y estuve a punto de cerrar la puerta y no dejar que vieses
lo que mi imaginación y mi fantasía si eran capaz de ver.
Salí a recibirte, abrí la puerta para esperarte. El sol de
otoño estaba siendo demasiado cálido esa tarde y su luz me cegó un instante. El
viejo árbol bajo el que enterraba mis tesoros cuando era niña seguía allí. Era
el guardián del castillo, así solía llamarlo, aunque hacía mucho que yo no era
una dulce princesita. Las ramas se habían extendido hasta casi rozar la puerta,
y su sombra, me cobijó los pocos segundos que tuve que esperarte.
El motor del coche se detuvo, oí como se abría y cerraba la
portezuela y tus pasos lentos sobre la grava. De un momento a otro rodearías la
parte trasera para dirigirte a la puerta de entrada.
Me sonreíste en silencio al verme. Te tendí una mano que tomaste
para que te guiase al interior oscuro de la casa. Nos dirigimos hacía el
resplandor de las velas. Noté que querías preguntar algo y te dije, espera.
Cuando llegamos a la puerta del salón me giré buscando tus labios,
buscando un primer beso. Y en el sentí que llevabas tiempo esperándolo,
deseándolo. Me solté sin ganas de tu abrazo y entramos en la habitación. En
aquel lugar que yo era capaz de ver como si del palacio de las Mil y Una Noches
se tratase.
No lo mires solamente con los ojos te dije, mira con la
imaginación. Ciérralos un momento y vuelve a abrirlos. Cuando lo hagas veras
que sobre el suelo se extienden mullidas alfombras tejidas por esclavas
vírgenes en Persia, y los cojines están bordados en oro sobre la más suave seda de
Damasco. Velas de perfumada cera nos iluminan. Las celosías de las ventanas son
de un intricado diseño hechas por artesanos en las maderas más exóticas. Y yo,
príncipe mío, delicia de mis ojos, soy una Odalisca dispuesta a complacerte. A regalarte el más exquisito de los placeres. A llevarte por caminos de goce y deleite .
Y ahora, amado mío, delicia de mis ojos...ven a mí.