Abriste al oír mis tacones detenerse en la entrada, ni
siquiera tuve que tocar el timbre.
Sin tiempo, con prisas, casi con arrepentimiento. Tratando
de convertir los segundos en minutos mientras nos arrancábamos la ropa. En la
penumbra de la habitación el zumbido del aire acondicionado, como siempre, le hizo los coros a mis gemidos. Sí, no quería ser callada, ni
comedida, y me da igual lo que piensen tus vecinos.
Cuarenta y cinco minutos después te dejé ordenándolo todo, como si allí no hubiese pasado nada.
Esta vez ni siquiera hubo un te quiero, quizá has decidido
dejar de mentirme.
Me has llamado desde ese día varias veces, y no te he
contestado. No estoy enfadada, ni dolida, no... no es eso... pero puede que
eche de menos las mentiras.
¿Aún deseas oír mis historias...mi señor?