Martín sostiene a nuestro hijo a
lomos de Chocolate. Ha cumplido un año hace tan solo un par de meses, pero ya
parece un experto jinete. Se sujeta a las crines del caballo, que soporta sus
pataleos mientras ríe, sin dar muestras de molestia alguna. Su padre tiene una
sonrisa en los labios y mira hacía la ventana desde la que los miro. Levanto la
mano para saludarlos, y él me hace un gesto con la suya para que me
acerque.
Salgo fuera, cruzo parte del
jardín y me dirijo hacía el prado donde pastan los caballos. Mientras camino
Martín le dice algo al oído al niño, y este comienza a llamarme gritando con
toda la fuerza de sus pequeños pulmones.
— ¡Mamá! ¡Mamá!
Es una de las pocas palabras que pronuncia
claramente, aún es muy pequeño. Tiene el pelo castaño con los reflejos rojizos
de su tía Marcela. Y mi hermano tenía razón cuando lo vio por primera vez y
afirmó que tenía su nariz. Martín suele decir que tiene mi sonrisa. Es un niño
paciente, a pesar de su corta edad. Soy yo quien dice que ha heredado eso de su
padre y él dice que lo ha heredado de mí.
La primera vez que vi a Martín y le miré a los ojos
pensé que eran de un verde muy especial. Como pasear
entre olivos, del color de sus delgadas hojas. Como las propias aceitunas
cuando están verdes y apenas se distinguen de ellas. Los ojos de mi hijo…son
tan verdes como los de su padre. Tan verdes como lo fueron los de Manuela, la
abuela de Martín. Una herencia que perdura en el tiempo, como Los Canchos.
Cuando los veo juntos me pregunto qué pensaría si los viese.
Cuando llego hasta ellos me tiende las
manitas para que lo coja. Lo tomo en brazos y los tres volvemos a la casa.
— ¿Qué piensas? — me pregunta Martín al
verme callada.
—Pensaba en tu abuela. En cómo llegó hasta
aquí, en cómo vivía, en qué pensaría ahora al ver a su bisnieto. Deberías
contarme cosas de ella.
— ¿Cómo qué?
—Cualquier cosa que recuerdes. Es como si
todavía estuviese presente en la casa. No hablo de fantasmas.
Martín se echa a reír.
—No, más fantasmas no.
—No es eso es…
—Sí, sé a qué te refieres. Era su casa,
pero creo que estaría contenta de vernos, y se volvería loca con el niño. Era…
Y Martín, que lleva de la mano a nuestro
hijo, comienza a hablarme de su abuela, de Manuela, mientras caminamos. Y yo,
empiezo a darle vueltas a algo en mi cabeza. Quizá sea hora de empezar un nuevo
libro…