Tradúceme.

martes, 9 de agosto de 2016

Fin.

Caminaba bajo el inclemente sol. No la necesitaba, ni la clemencia ni la falsa piedad de nadie. Alzó la mirada  y la fijó en el astro ardiente, de frente, sabiendo que su luz la cegaría. Quiero que me abrases le pidió. ¡Abrásame! ¡Reduce lo que ves a cenizas! le gritó. Haz que arda hasta no ser más que un puñado de pavesas que esparcirá el viento.  ¿No ves que me consumo? Hazlo tú, extingue mi pobre existencia, deja que me incendie tu calor, destruye esta carcasa que me contiene y deja que lo que quede limpio de mi alma escape de mí. Que mi corazón sea tan negro como el carbón, que mis ojos calcinados no vean nunca más tu luz. Que mi piel se seque y se cuartee como la tierra yerma. Ya estoy marchita ¿Es que no lo ves? Pero el sol no la oyó, y  ella,  siguió caminando. Sus pasos la llevaban deprisa en su busca, lo seguiría hasta que se ocultase, hasta que lo reemplazase la luna. Si él no la oía, tal vez la luna, mucho más fría, quisiera, amparada y ocultándose en la noche, acabar con ella.