Tradúceme.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Hay días...


Hay días en que todas las canciones hablan de amor, y para mí, hablan de ti, de ti y de mí, de nosotros. Hay días en que todas esas letras que parecen simples, son a la vez tan preciosas, y tienen un lenguaje tan preciso, que parecen decir todo lo quisiera decirte a ti. Siendo yo quien soy, dirías que no me hace falta música para decir lo que siento, que escribir te quiero es sencillo. Dirías que mis dedos encuentran esas letras en el teclado sin que haga falta buscar, ni mirar, ni pensar. Que lo hacen  solos, que han aprendido el camino porque siempre los ha guiado mi corazón. Hay días en que esas canciones me hacen pensar en tus besos, en que es una lástima que no puedan guardarse para cuando estás lejos. Que no pueda sacar uno del bolsillo y dejarlo en mis labios, cuando te echo de menos. Ni ponerlo sobre la almohada cuando me cuesta dormir, o tan solo, sentirlo para poder respirar si tú no estás. Hay días en que esas mismas canciones hablan de desamor, y me hacen pensar en que tal vez, quien sabe, dejes de quererme. En ese momento en el que yo ya no sea el motivo de tus sonrisas, ni cause el brillo de tus ojos, ni haga latir tu corazón. En qué haré, si el mío sigue latiendo por ti y ya no puedo ir nunca más a tu encuentro. Hay días en que esas letras sencillas, preciosas, y con esas palabras tan precisas hablan de soledad, de dolor. Y me hacen sentir por anticipado la melancolía y la nostalgia de haberte perdido. Hacen que sienta en la garganta el sabor salobre de las lágrimas que no se derraman. Trato de imaginar que haré con mis dedos cuando quieran seguir escribiendo te quiero, cuando recorran el teclado buscando palabras para ti. Cuando mi alma quiera contarte mil cosas, y ya no estés ahí, para leerlas, para escucharlas. Hay días en los que mirar hacía adelante es fácil, en los que no veo un futuro en el que no estés tú. Hay otros, en los que el viento sopla angustioso en la calle, el cielo se llena de nubes con distinto tonos de gris, y al mirar hacía adelante, ya no estás. Esos son en los que más lamento que tus besos no puedan guardarse. Que no haya uno o dos en algún cajón, de esos que me das cuando volvemos a encontrarnos llenos de tanto amor, de esos que hacen que nunca pierda la esperanza, ni la fe, en el amor, en nuestro amor...

viernes, 23 de septiembre de 2016

Una primera vez...

Media tarde, primeros días de otoño, puede que los últimos de verano. El sol se cuela por la persiana bajada y llena la habitación de luces y sombras. De jirones luminosos que juegan con esos otros más oscuros sobre tu cuerpo desnudo, mostrándome, escondiéndome. Esa piel, tu piel, hermosa, y toda mía, ahora y solo ahora, solo mía. Y yo, como una niña ante un regalo, como una adolescente enamorada en su primera vez, en nuestra primera vez. Tan tímida como atrevida, con las emociones vivas en los ojos, en las manos, en los labios. Con el alma desnuda y el corazón dispuesto a amar, acercándome a ti. Tu primera caricia me hace mujer, adulta, madura, inexperta en mis experiencias. Y tu cuerpo, hermoso, y todo mío, ahora y solo ahora, solo mío, y quién sabe, tal vez, puede que solo esta vez. Y el mío, sobre el tuyo, regalándote lo que sé, aprendiendo lo que no sé, conociéndonos, entendiéndonos. Cambiando las palabras por susurros, por suspiros, por gemidos, ese lenguaje tan intimo en el que largamente conversamos. No soy tu primer amor, y yo, ya amé antes de conocerte a ti.
He olvidado el pasado, y no soy capaz de pensar en un futuro. Me quedo aquí, en el presente. Tratando de atrapar las sombras y las luces sobre tu piel. Anclada a tu cuerpo, tan hermoso, y todo mío. Dándote lo que soy, siendo tuya, ahora y solo ahora, solo tuya, y quien sabe, tal vez, puede…que para siempre.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Hazlo...


El amor y el deseo me hacen temblar, ven aquí. Ven, no dejes que este fuego me queme y me consuma en tan solo un momento. Ven, tú puedes mantenerlo encendido, haz que arda despacio. Tus caricias serán llamas lamiendo mi piel, que prenderán, que avivaran una hoguera líquida dentro de mí y me abrasará si no te tengo. Que tus besos me incendien. Que tu cuerpo sea tea dentro del mío. Pídeme que no tenga prisa, que me convierta en brasa ardiente, en rescoldo que espera tu aliento para volver a amar. No quiero que se apague, necesito sentir ese calor. Que el deseo y el amor me hagan temblar de nuevo, y que sea por ti, que seas tú, quien me sostenga.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Soy la Luna.

Soy la Luna, girando alrededor de la Tierra, y tú, eres la Tierra, girando alrededor del Sol.
Soy dueña de tus noches, de tus sueños, de tus mareas, de tus pasiones. Dueña de aquello que imaginas, porque yo lo siembro en tu imaginación. Lo creo, lo mimo, lo hago crecer. Hacedora de hechizos, de conjuros y de encantamientos de amor. Puede que esperes la noche para encontrarte conmigo, que con mi luz te haya arrancado promesas. Que el centelleo de las estrellas me haya hecho parecer más hermosa. Que mis cambios te sorprendan y mantengan la ilusión. Sabes que cada noche seré distinta, que por pequeña que sea siempre brillaré, que lo haré, por y para ti. Y que eres tú, y tu amor, quien me colma hasta hacer que esté en toda mi plenitud tan solo una noche. Sin embargo, cada amanecer vuelves tu rostro al Sol. Dejas de mirarme, pero sigo ahí, siempre, oculta, aunque no me veas nunca me alejo de ti. Dejas que yo te ame, pero es ese astro quien te da la vida, quien te posee, quien te tiene...
No hay noche ardiente de fría Luna, que pueda retrasar el amanecer. Y no hay día, amor mío, en que el Sol pueda demorar, el atardecer...


viernes, 2 de septiembre de 2016

Te espero.


Te espero, impaciente, como siempre. Me miro en el espejo una vez más preguntándome si te gustará lo que veas al llegar. Sonrío a mi reflejo, que me devuelve la sonrisa y el brillo en la mirada de una mujer que ama. Oiré tus pasos cerca de la puerta y esperaré a que llames, pero no te haré esperar. Te dejaré entrar y cerraré tras de ti. Cuando me gire me estarás mirando, con la sonrisa y el brillo en los ojos de un hombre que ama. Correré a tus brazos y me acogerás en ellos. Cerraré los ojos, aspiraré tu perfume, y mis labios rozarán la suave piel de tu cuello. Te besaré, me mirarás, me besarás, nos abrazaremos. Bromearé contigo, sobre lo mucho que has tardado y cuanto te he echado de menos. Tu silencio me pedirá perdón, y yo, perdonaré cualquier tardanza si tras ella apareces tú. Darás un paso atrás para mirarme, y yo, daré una vuelta, girando sobre mis tacones de aguja y riendo como una niña que muestra su vestido nuevo.
Me he arreglado pensando en ti, en lo que voy a sentir con cada prenda que retires. Imaginando tus manos deshaciendo nudos, liberando botones. En mi respiración contendida que empezará a agitarse. En la tuya, acompañándola. En tus caricias mientras me quitas poco a poco el vestido, en tus ojos cuando te encuentres con mi ropa interior negra. En la promesa que te hice de enseñarte a quitarme el liguero que me he puesto, en tus dedos enredados con él.  En tus manos bajando mis medias poco a poco, y subiendo hasta mis muslos después. En las mías acariciando tu pelo mientras te arrodillas ante mí. En tu labios encontrándose con mi piel, y tu boca...perdiéndose entre mis piernas, arrancando de mi un suspiro que se convertirá en gemido...en el primero de muchos, hasta que el placer me haga gritar.
Te espero, impaciente, como siempre...no tardes.

jueves, 1 de septiembre de 2016

¿Quién dice que esté sola?

De repente sintió ganas de hablar con la dependienta. Como un borracho que habla con el camarero en la barra de un bar. Por soledad, por desahogarse, por tener un poco de conversación con alguien a quien ella le da igual, a quien en realidad no le importa. Pero no sería igual repasar su vida sin una copa delante, sin la ayuda del alcohol recorriendo su sangre y colocando una cálida bruma ante lo que, a veces, le horrorizaba. Sus secretos, sus anhelos, sus sueños, sus fracasos, sus muestras de cobardía, eso, a lo que no le quedaba más remedio que llamar, su vida.  Nunca tuvo amigas, ni siquiera para algo tan trivial como salir de compras. Y quién necesitaba a nadie, y mucho menos para eso. Había descubierto lo maravillosas que podían ser las dependientas.  La aconsejaban, buscaban las tallas sin problema, siempre le decían lo delgadísima que estaba, y cuando se marcha les paga... y ya no les debe nada. Nunca le fallaría a una de ellas, a menos que no se llevase todo lo que se hubiese probado, pero aun así, incluso en ese caso, siempre la despedirán con una sonrisa.
Recogió la compra guardada en numerosas bolsas por la dependienta, casi una adolescente, de larga melena y piernas kilométricas. Su tarjeta de crédito se estremeció cuando le extrajeron el pago de aquella huida de sí misma, de ese intento de querer dar de lado a la soledad.  Se miró en un espejo cuando dejaba la tienda. Se arregló el pelo y se puso las gafas de sol. ¿Qué edad tenía? Demasiada para las minifaldas que había comprado o las camisetas ajustadas de llamativos colores. Se sacudió esa imagen de sí misma y con paso firme se dirigió al primer bar que encontró. Un tugurio oscuro que olía a ambientador de coche, mezcla de pino y desinfectante, con una larga barra de madera brillante y vacía a esa hora temprana de la tarde. Un camarero limpiaba un vaso con un paño tan blanco que no hacía juego con el resto del local. Levantó la vista al verla entrar. Se acercó, y ella pudo comprobar que no se había afeitado en varios días, que la camiseta con el nombre del bar estaba vieja y descolorida sobre la incipiente barriga, y que también olía al mismo ambientador de coche. Aun así, y sin quitarse las gafas de sol le sonrió.  El camarero le devolvió la sonrisa y le dijo, echándose el paño sobre el hombro.
— ¿Qué te pongo guapa?
Pronunció el nombre del licor casi como si ya lo paladease, y le guiñó al camarero detrás de sus lentes oscuras…