Media tarde, primeros días de otoño, puede que los últimos
de verano. El sol se cuela por la persiana bajada y llena la habitación de
luces y sombras. De jirones luminosos que juegan con esos otros más oscuros
sobre tu cuerpo desnudo, mostrándome, escondiéndome. Esa piel, tu piel, hermosa,
y toda mía, ahora y solo ahora, solo mía. Y yo, como una niña ante un regalo,
como una adolescente enamorada en su primera vez, en nuestra primera vez. Tan
tímida como atrevida, con las emociones vivas en los ojos, en las manos, en los
labios. Con el alma desnuda y el corazón dispuesto a amar, acercándome a ti. Tu
primera caricia me hace mujer, adulta, madura, inexperta en mis experiencias. Y
tu cuerpo, hermoso, y todo mío, ahora y solo ahora, solo mío, y quién sabe, tal
vez, puede que solo esta vez. Y el mío, sobre el tuyo, regalándote lo que sé,
aprendiendo lo que no sé, conociéndonos, entendiéndonos. Cambiando las
palabras por susurros, por suspiros, por gemidos, ese lenguaje tan intimo en
el que largamente conversamos. No soy tu primer amor, y yo, ya amé antes de
conocerte a ti.
He olvidado el pasado, y no soy capaz de pensar en un
futuro. Me quedo aquí, en el presente. Tratando de atrapar las sombras y las
luces sobre tu piel. Anclada a tu cuerpo, tan hermoso, y todo mío. Dándote lo
que soy, siendo tuya, ahora y solo ahora, solo tuya, y quien sabe, tal vez,
puede…que para siempre.