Son muchas las veces que no te cuento lo que siento, lo que pienso. Ya me ha dolido a mí, para qué hacerte daño a ti. Me guardo, me trago las palabras hasta que me duele el estomago. Hasta que las siento compactas dentro de mí, agolpándose y empujando por salir.
Desaparecí, eso es lo que siento y no te cuento, desaparecí, tú me hiciste desaparecer.
No me necesitabas, y yo, no sabía que iba a ser así, eso es lo que me duele y no te cuento, no te era necesaria, y desaparecí.
Estuve perdida días y noches, me desgarré la garganta gritando tu nombre, y tú, no me oíste porque no me buscabas, desaparecí, y nadie lo sabía.
Dejé de ser, para no ser, porque ya no era nada.
Pero cuando vi tu mano tendida corrí. Cuando vi que me abrías tus brazos no lo dudé, corrí. No hice reproches, para qué, ya me había dolido a mí, por qué, para qué hacerte daño a ti.
Cuando desapareces, cuando dejas de ser sólida, cuando no eres más que...algo, sin que ese algo sea importante. Cuando crees que todo eso que crees es cierto, y ya no crees en nada. Cuando pierdes el lugar que tenías, ese que pensabas que era tuyo y te pertenecía, y ya no tienes sitio en ninguna parte. Cuando todo eso pasa, cuesta volver a ser real. Sientes que apareces para volver a desaparecer, que pierdes consistencia. Que un soplo de viento podría esparcirte y hacer que de nuevo dejes de existir. Te aferras a lo que hace que te sientas segura y firme, aquello que te devuelve a ti misma, a lo que necesitabas y siempre necesitas. A quien te recompone y te hace creer que eres y que vuelves a ser.
Por eso, aunque me calle lo que me duele, qué más da, si ya me ha dolido a mí para qué hacerte daño a ti, cuando te veo y sé que tu abrazo es mío, sin pensarlo ni un segundo... corro hacía a ti...