A nadie parecía importarle el hecho de que sí
era un gran escritor, o al menos tuvo un gran éxito con una de sus novelas.
Pero la vida, o la suerte, no le habían seguido sonriendo, una mujer y una mala
critica dieron al traste con aquel prometedor futuro.
“Saben que quiero escribir sobre este pueblo, e insisten en que tome buena nota de
sus nombres para cuando salgan en el libro. ¡El otro día incluso me hice una
foto con algunos de ellos! Don Ángel el cura, Ambrosio el boticario, Benigno el
médico, Magdalena la panadera, Paloma la cartera, Santiago el sacristán, un
sinfín de personajes cada uno con su historia particular. En cuanto tenga una
copia te la enviaré, para que la veas. Tienen intención de colocarla en algún
lugar privilegiado, para que todo el que visite el pueblo, sepa que estuve
aquí.
De
vuelta de la taberna encontramos a las comadres sentadas en corrillo al fresco,
dando buena cuenta de cualquier novedad sucedida en el pueblo. Al llegar, María
tiene ya una mesa preparada en el patio con una tetera humeante llena de alguna
infusión. Manzanilla, poleo, hierbaluisa, todas las ha recogido en el campo y
secado ella misma. Dice que ayudan a la digestión y que así dormiremos mejor.
Sentado, con la tacita en la mano, me dejo envolver por los aromas de la noche.
Jazmines compitiendo en fragancia con las Damas de noche, y entre ellas, más modesto en perfume pero con mucho más
color, tratando de conquistarlas, el Galán de noche. El silencio, interrumpido
brevemente por el canto de un grillo, me acompaña cuando voy a dormir. Y te
busco en mis sueños amor mío. Trato de encontrar la suavidad de tu piel, de
perderme en la oscuridad de tu pelo, y de oler tu perfume en mi almohada. Oigo
tu voz susurrándome al oído, siento tus caricias, tus besos, y me sumerjo con
placer en el interior de tu cuerpo. Eres tan real, que al amanecer, al no
hallarte,y por un breve instante, me
siento tan vacío. Y es que hace tanto tiempo amor mío...”
Al
perder la fama le abandonó el amor, porque quizás había sido ella la que le
trajo aquel interesado cariño. Lo perdió todo y con ello la razón. Dejo atrás
lo que conocía, y caminó sin rumbo, horas, días, semanas, meses, hasta llegar a
Villa Nueva del Torrente Seco. Decía que allí había vuelto a encontrarse, que
de nuevo podía crear.
“Dejemos
atrás los momentos tristes, y déjame seguir contándote, hablándote de esta
fascinante localidad. No sé cómo un lugar tan idílico se ha mantenido tan puro.
No hay coches, ni ruidos, ni humos, ni turistas dejando basura a su paso, ni
grandes supermercados, ni luces de neón. La contaminación aquí es cero, en
cualquiera de sus múltiples variedades. Es como si el pueblo y sus gentes se
hubieran quedado anclados en el tiempo. He encontrado mi propio Brigadoon,
protegido del exterior por un hechizo. Me pregunto si la magia me habrá
alcanzado también a mí. Porque aunque sé que llegará la hora de dejar esta
villa, no deseo hacerlo.
Hay
momentos en los que en el silencio y la oscuridad, mientras miro el cielo
estrellado en estas noches de verano, trato de hallar la manera de saber si
esto es real. Si no habré perdido el juicio, si existe lo que veo y lo que vivo
de verdad. Dudo sobre si es posible que haya creado este lugar en mi
imaginación, si mis páginas en blanco no se habrán apoderado de mí, y en lugar
del escritor, no soy más que un simple personaje atrapado dentro de ellas. Si
mi futuro no estará ligado a mi propia creación. Imagina por un momento, ese
poder infinito en mis manos, esa bendición, o tal vez maldición. Quizá baste
con escribir que estás a mi lado, para que así sea, o quizá pueda quedarme aquí
para siempre, siendo suficiente con el deseo de hacerlo. Teniendo como único
requisito, el ser capaz de escribirlo Y tanto si así fuere, como si no, déjame
encontrar sólo palabras felices para
nosotros, llenas del amor y la pasión que siempre hemos compartido.
Déjame intentar guiar por una vez; mi destino.
PD.
No he fechado la carta porque no sé cuando la enviaré, ni cuando la recibirás.
Paloma, la cartera, lleva el correo una vez cada quince días a la ciudad.
Recibe con estas palabras todo mi amor, nunca te olvidaré.”
Un buen día no volvió a sentarse en el banco
de la plaza, frente a la iglesia, mirando el tejado a medio recomponer. Pensaron en
el pueblo que había desaparecido al igual que apareció, en mitad de la noche y
con la niebla. Echaron de menos sus amables “buenos días”, su sonrisa medio
desdentada, y aquellas largas charlas por las noches en la taberna, donde explicaba
a todos como progresaba su novela siempre a medio terminar. Pero nadie le buscó, de todos modos no era más que un desconocido, que por azares del destino
había compartido algunas semanas con ellos en el pueblo.
Le
encontraron muerto hace dos días, arriba en el monte, sentado bajo la encina
grande. Tenía puesto el sombrero, y la libreta de pastas rojas como la sangre
en las manos. Cuando la abrieron, no encontraron más que garabatos en sus
páginas, nada que se pudiera entender. En sus bolsillos hallaron una foto, en
la que se le veía mucho más joven junto a una mujer, y una carta sin dirección
alguna que al parecer pensaba enviar.
Sólo
quedan dos cosas que demuestran su paso por el lugar.
Una de ellas es una fotografía, tomada por
Manuel el ventero casi por casualidad.
Se le ve sentado en la plaza, esperando, con el sombrero a su lado,
dormido por el cansancio, por el calor, hay quien piensa hoy que por alguna
enfermedad. Está colgada en la venta, bajo el perchero de madera, y ya forma
parte de la decoración del establecimiento.
La
otra es su lápida, sin nombre, en el cementerio del pueblo.
En ella se puede leer “ESCRITOR”. Al fin y al
cabo, era lo único que él quería ser.
Fin.