Tradúceme.

viernes, 7 de febrero de 2014

Amantes (2ª parte).

-¿Amor? ¿Cómo te atreves a llamarme así?- dijo ella enfadada
Le dio la espalda y volvió a mirar por la ventana, apartando tan sólo un poco el visillo. Fuera se oía jugar a unos niños en el parque cercano. La primavera lo llenaba todo de vida y los arboles estrenaban el verde radiante de sus hojas nuevas. La gente iba y venía caminando por la acera cada uno a lo suyo, nadie levantaría la vista hacia la ventana, nadie se fijaría en aquella mujer desnuda que miraba con disimulo sin apenas apartar la cortina.
Amor, él la enseñó a disfrutar de los momentos de pasión, a vivir el instante sin pensar jamás en un mañana. Quiso enseñarla a vivir sin amor, pero estaba cansada. Cansada de alimentarse de las migajas de una felicidad que nunca era del todo para ella. Cansada de vivir en un continuo espejismo de lo que podría ser y nunca era. Había intentado llenar todos los huecos de su vida, todos sus vacíos, con todos aquellos hombres, sin conseguirlo. Durante un tiempo fue una buena alumna, una discípula aplicada, trató de complacerlo en todo lo que deseaba, fuera y dentro de la cama. Él sabia que había otros y en el fondo parecía gustarle que así fuese. Ella hubiese hecho cualquier cosa por agradarle.
Hasta que se dio cuenta que había sucedido aquello sobre lo que él tanto le advirtió.
Sólo en los breves momentos que pasaba a su lado se sentía completa. Lo que le molestaba era pensar que no se hubiese dado cuenta. ¿Acaso todas las mujeres se entregaban a él como lo hacía ella? Porque ella ponía algo más que pasión en el sexo, le añadía todo el amor que su corazón era capaz de albergar ¿Es que no lo veía?.
No había otro, hacía meses que no lo había. Estaba enamorada eso era cierto, del hombre que había debajo de aquella fachada de eterno amante. Del que la escuchaba cuando quería hablar, del que la apretaba contra su pecho al llegar, del que la besaba tiernamente en la frente, del que la arropaba en las tardes frías de invierno, del que de verdad se había tomado la molestia de conocerla. Y sí, iba a dejarlo, porque lo amaba, porque no soportaba ser sólo su amante ni un día más.
-Por favor...ven aquí- dijo él de nuevo.
Ella cerró los ojos y apoyó la frente en el cristal.
Él tuvo que esforzarse para oírla porque su voz apenas fue un susurro la primera vez que dijo...
-No.

                                        En la siguiente lo acabo...lo prometo.