Tradúceme.

lunes, 23 de junio de 2014

Un cuento.

Un recuerdo nuevo para avivar el antiguo. Traer al presente el pasado.
Aquella mañana no sintió los nervios de la primera vez. Ahora tenía la certeza de conocer los sentimientos de quien la esperaba. La calma que le daban sus besos, el sosiego de saber que estaría entre sus brazos. La misma música, el mismo camino, el mismo lugar, incluso el mismo viejo árbol bajo el que cobijarse. La conversación y el café no tenían importancia, lo importante es que estaban allí y que seguían juntos. Habían vencido tormentas, huracanes que zarandearon aquella relación. Habían sentido más de una vez que la tierra se abría bajo sus pies y que amenazaba con tragárselos, con hacerlos desaparecer. Soportaron ausencias, dolor. Vencieron todas las dificultades, con besos, con abrazos, con sinceridad, con palabras, con amor. Un amor con raíces tan profundas como aquel viejo árbol bajo el que se sentaron de nuevo al pasar los años. Un amor sólido como la roca, pero capaz de adaptarse como el agua que fluye en un río. Un amor que no se detiene, que crece. Un amor que cualquiera que supiera mirar vería en sus ojos. En los de él cuando la mira, en los de ella cuando le devuelve la mirada. Un amor de cuento, tan real, que algunas veces les duele. Un sentimiento que sólo ellos pueden tocar, hacer tangible. Porque está en sus manos, en sus labios, en sus cuerpos. Volvieron al lugar donde todo empezó para hacerle saber a aquel viejo árbol, que estaban dispuestos a continuar.
Algunas veces los cuentos no tienen un final feliz, simplemente porque... no se acaban.