Son tantas cosas las que quiero decirte, tantas, que no sé si alcanzarían todas las palabras del mundo para hacerlo. Algunas veces esas palabras carecen de emociones y de sensaciones, no son un beso, no son un abrazo, no es mirarse a los ojos, no es sentir tu aliento, no son nada. Son solo letras unidas unas a otras con mejor o peor acierto. Escribir, describir, poner sobre el papel el amor que siento. Llenarlo de puntos y comas en los lugares correctos, usar exclamaciones, interrogaciones. Todo para hacer que entiendas, no, que sientas, lo que siento. Para transformar esa palabra que significa beso, en la húmeda calidez de mis labios sobre los tuyos. O que cuando escriba abrazo sientas como te rodean mis brazos, con fuerza, sin miedo, para que sepas que pase lo que pase yo siempre estaré aquí y eso te conforte. Para que seas capaz de ver tu propio reflejo en mis ojos, con tan solo poner por escrito cómo y con cuánto amor te estoy mirando. Para que cada vez que leas...te quiero, tu corazón lata al ritmo del mío.
Lo decidió, tal vez, el destino, y escribí, pensé que sería fácil porque el papel en blanco es paciente y capaz de escuchar. Y que con esa misma paciencia te haría saber que te amo.
El amor es tan grande, tan fuerte, pero nos hace a la vez tan frágiles. Lo das todo, entregas alma, corazón, cuerpo. Queda de ti una cascara vacía que no tiene vida sin esa persona a quien amas.
Y así estoy ahora...
Vacía sin ti.
Derramando y agotando todas esas palabra que he ido aprendiendo para decirte que te quiero.
Anhelando el momento en el que no tenga que describir, sino sentir.
Rogándole al papel en blanco sobre el que escribo que te cuente que te espero.
Pidiéndole calma a mi corazón que grita tu ausencia con dolor.
Intentando que mi alma vuele hasta ti.
Esperando que me devuelvas la vida, porque mi vida...siempre has sido tú.