Tradúceme.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Una tarde, una ventana, un gorrión.


El invierno se había instalado en su vida, en su alma, de forma permanente. Él lo dejó entrar, lo dejó quedarse. Hacía mucho que sufría de una vieja herida. Muchos le habían dicho que un corazón lastimado,  roto, se cura, que un amor perdido se olvida, que le diese tiempo...al tiempo. Vivía en una pequeña habitación, con una pequeña ventana, con pequeños muebles, llena por completo de grandes recuerdos. Por aquella ventana no alcanzaba a ver más que un pedacito de cielo eternamente gris. Lleno de nubes que presagiaban las tristeza de la lluvia y en el que nunca salía el sol. Cada mañana al despertar miraba por ella para ver que todo seguía igual. Entonces sacaba uno a uno todos esos recuerdos, y aquella herida volvía a sangrar. La restañaba solo, como había hecho siempre, como seguiría haciendo siempre. Recomponía los pedazos de ese corazón fracturado, poco a poco, usaba alguno de sus mejores recuerdos, los pocos que tenía felices, para unirlos. Se agotaban, lo sabía, apenas recordaba lo que era amar, apenas lo sentía latir y un día, ya no podría más, se rendiría, o quizá ya lo había hecho.
Una tarde, una cualquiera, con más frío tal vez del habitual, cuando se arrebujaba en los recuerdos más cálidos para entrar en calor, sin conseguirlo, un sonido le llamó la atención. Hacía tanto que no oía nada que no fuesen sus pensamientos que aquel leve aleteo lo ensordeció. Miró hacía la ventana, en el pedacito de cielo gris se recortaba una pequeña figura. Un pájaro, ni siquiera tenía un trino agradable, ni un vistoso plumaje, no era más que un gorrión. ¡Vete! ¡Déjame solo! le gritó. Pero el gorrión se quedó. Se miraron de reojo y se hicieron compañía hasta que se marchó al caer la noche, para volver con las primeras luces del alba. Al pasar los días se acostumbraron el uno al otro. El uno le ofrecía unas migas del pan, y el otro picoteaba en la palma de su mano, aquel contacto era el primero en muchos años. Había encontrado un motivo para esperar un nuevo día, y no solo el de perderse en sus recuerdos y regodearse en su dolor. Y una mañana mientras esperaba el amanecer, vio con gran sorpresa que el sol brillaba tras aquellas nubes siempre grises, y sintió en el rostro su calor. Oyó, sintió un golpe dentro de él, un sonido fuerte que se repetía con cadencia. Se llevó la mano al pecho, lleno de miedo pensó que se moría. Una sonrisa, y hacía mucho que no sonreía, se dibujó en sus labios al darse de cuenta de que no era eso, sino todo lo contrario...de nuevo vivía.