No sé porque fui, me
retrasé todo lo que pude pensando que ya no estarías. Al llegar te encontré
esperando, sentado, leyendo un libro que dejaste abierto sobre la mesa al verme
entrar. Me acerqué, sin saludar, me sentaste en tus rodillas y me besaste
lentamente sin que mediase palabra entre nosotros. Si el amor no entiende de razones, el sexo
tampoco. Mi mente no se concentró de
inmediato en ti, pero mi cuerpo sabía qué le esperaba con cada una de tus caricias.
Se preparó para ti, aun antes de que yo desease ser tuya. Tus manos, tus dedos
siempre hábiles, buscaron esa parte de mí que siempre parece añorarte. Tanta
humedad nos sorprendió a los dos. A ti te hizo perder la cabeza, y a mí, el
resto de la ropa. Te perdiste entre mis piernas para terminar empapado de mi
esencia, que también parece pertenecerte. Esa que echabas de menos, en lugar de
echarme de menos a mí.
No me gustó que me
gustase, aunque no sé de qué me extraño. ¿Cuándo ha formado parte el amor de
nuestros encuentros? Me haces dudar de todo, me haces dudar de mí.
Soy la cara oculta de
tu luna, la mujer con la que compartes las sombras, un inconfesable secreto. Acepté serlo
y forjé mis propias cadenas. Mientes cuando dices que no puedes estar sin mí,
puedes hacerlo, lo haces cada día. Tú nunca
me has amado, aunque yo siempre esperé que lo hicieras.
Recojo mi ropa del
suelo en silencio. Me observas, desnudo, mientas me la vuelvo a poner. Abrocho
cada botón con la misma lentitud con la que tú has hecho el gesto contrario, y
veo crecer de nuevo tu necesidad de mí. Me subo el vestido, me siento a horcajadas
sobre, y mientras te siento entrar suavemente en mí, pienso…
Eres la cara oculta de
mi luna, un hombre con el que comparto las sombras, un inconfesable secreto. Aceptaste
serlo, y forjaste tus propias cadenas. Miento cuando digo que no puedo vivir
sin ti, puedo hacerlo, lo hago cada día. Yo nunca te he amado, aunque siempre
espere… poder hacerlo.