—Sé qué es lo que te asusta —dijo
ella
— ¿Lo
sabes? ¿De verdad lo sabes? — dijo
él
Sí, lo sé, quiso explicarle,
pero guardó silencio. Sabía que él temía que lo amase, no por el amor en sí, si
no porque pusiera en peligro la vida que había llevado hasta ahora. No pensaba
que ella lo hiciera cambiar, no, no la amaba tanto, por eso temía ese amor.
Imaginaba mil situaciones en las que él no podría responder a esa efusividad, a
esa explosión de amor, y ella, ¡Dios mío! ¿Y si ella perdía la cabeza? Había
confiado en su buen juicio, la creía una mujer razonable, templada, y descubrió
a un ser hambriento de amor que parecía, a ratos, haber perdido el juicio.
Sí, quiso explicarle que sabía lo que pensaba,
lo que le asustaba, pero calló. No le diría que hacía bien confiando en ella,
que sí, que el amor había hecho erupción en su vida y que nada podía
controlarlo. Quería amarlo, deseaba amarlo, pero precisamente porque lo amaba
lo antepondría a todo, primero estaba él y su felicidad, y ella no formaba parte
de eso. Sólo era… su amante, alguien a quien veía de vez en cuando, alguien a
quien besaba, a quien hacía el amor,
alguien a quien quería a ratos, pero no… ella no era su vida, aunque ella
hubiera dado su vida por él.