Tradúceme.

martes, 4 de octubre de 2016

Sigue sin tener título...


Entraste en mi despacho y me encontraste hablando por teléfono. Te acercaste con un ramo de margaritas en una mano y una botella de cava en la otra. Me besaste casto en la mejilla, y yo, te hice un gesto con la mano para que te sentases a esperar. Dejaste tus presentes sobre los papeles que tenía en mi mesa, y en lugar de hacer lo que te había pedido, te marchaste sin decir nada. Estaba algo enfadada, y tú, con tu actitud, me hiciste enfadar más. En cuanto acabé la conversación salí en tu busca. No tenía intenciones de hacer reproches, sabía, por experiencias anteriores, que no sirven de nada. Al igual que las promesas de amor, nadie parece hacerlas con intención de cumplirlas. No las necesitaba y no las pedía, pero empezaba a no gustarme ser como uno de tantos y tantos libros como había en la biblioteca. Llegas, lo acaricias, lo tomas en las manos y él te rinde su interior sin condiciones. Luego te marchas, colocándolo en su sitio y dejando siempre algunas páginas por leer, sabiendo que estará justo ahí cuando vuelvas. Sabiendo que se abrirá de nuevo a ti sin reticencias.