Justo a la orilla estaba sentada la joven más hermosa que jamás hubiese visto. Su larga cabellera rubia tocaba la superficie del estanque, mezclándose sus rizos con las suaves ondas que provocaba la cascada.Sus ojos eran de un azul tan profundo como las aguas de aquella laguna, y su piel parecía tan delicada como la espuma que formaba el agua al caer. El caballero se acercó con cuidado, no estaba seguro de si aquello que estaba viendo era real, o sólo producto de su imaginación.
Cuando estaba a tan sólo unos pasos, la joven se giró mirándolo directamente, no parecía sorprendida.
-Siéntate caballero- dijo la joven señalando un lugar a su lado.
-¿Me conoces?- preguntó el caballero asombrado.
-Claro, vives con el duende en el bosque, y buscas algo, que no sabes que es.
-¿Cómo sabes todo eso?
-Has paseado muchos días a la orilla del río absorto en tus pensamientos, y son fáciles de leer- explicó la hermosa joven.
-¿Quién eres?- preguntó él.
-Soy una Ondina, una hada, un espíritu del agua. Vivo en ella, me ocupo de que el río no se salga de su cauce, y de todas las criaturas que viven en él, o en su cercanía.
-Este lugar es hermoso, aunque tú lo eres más, jamás había visto belleza como la tuya- dijo con admiración el caballero.
-Y no siempre podrás verla, ya te he dicho que soy un espíritu del agua y que vivo en ella. Sólo en esta época del año, en los días brumosos como hoy a la hora del crepúsculo, cobro forma humana y puedo permanecer fuera del agua.
- He sido pues afortunado al encontrarte- se alegró el caballero.
-La tarde cae caballero, será mejor que regreses, he de irme.
-¿Estarás aquí mañana? ¿Podré verte? ¿Cómo te llamas?- preguntó apresurado el caballero.
-Me llamo Crystal- dijo a modo de despedida la joven.
La Ondina se diluyó ante sus ojos igual que la niebla, pero cuando el caballero miró en el fondo de la laguna, creyó ver aquellos ojos de mirada profunda.
Puso cuidado al regresar para recordar el camino, tenía que volver al día siguiente al mismo lugar.
Regresó día tras día a encontrarse con Crystal. El tiempo volaba a su lado y siempre se quedaba con ganas de poder estar con ella, pero la Ondina no podía vivir mucho fuera del agua e inevitablemente tenía que retornar a ella al final del día.
El otoño tocaba a su fin. Hacía algún tiempo que el duende había vuelto de su viaje, y veía marchar cada día más ilusionado al caballero a su encuentro con Crystal. Igualmente notaba su tristeza cuando con la noche ya cerrada llegaba a casa.
Una tarde cuando el frió del invierno amenazaba con instalarse, el duende habló con el caballero.
-Pronto será invierno ¿Has decidido que harás?
-¿Puedo quedarme algún tiempo más contigo?- dijo el caballero.
-Desde luego, pero durante meses no podrás ver a Crystal, lo sabes ¿verdad?
-Lo sé, y daría cualquier cosa por quedarme allí con ella, a su lado soy verdaderamente feliz.
-¿Ella te da la felicidad que buscas?- preguntó el duende.
-Sí, así es. Nunca me he sentido igual que cuando estoy a su lado. Ojalá pudiese quedarme con ella.
- Para quedarte a su lado tendrías que formar parte del bosque- dijo serio el duende.
- Lo haría gustoso, créeme, seria una piedra del río o la hierba que crece en la ribera, un simple pececillo, cualquier cosa...
- Habla entonces con ella, la magia de las Ondinas es poderosa, pueden ver el futuro. Ve, y deja que tu corazón te guíe .
El caballero se dirigió a la laguna de Crystal dispuesto a todo por permanecer junto a ella, por conseguir la felicidad que tanto había ansiado. El corazón le decía que fuese valiente, el valor era algo innato en él. El valor, el saber que era lo correcto en cada momento, y lo correcto, era quedarse en el bosque, quedarse con Crystal.
La vio de espaldas mucho antes que la joven advirtiese su presencia, era tan hermosa, irradiaba tanta paz, que el simple hecho de mirarla ya lo calmaba y le hacía sonreír. Esperaba que lo entendiese, que sintiese lo mismo y lo aceptase a su lado.
-Sé lo que vas a pedirme- dijo ella girándose y mirándolo directamente a los ojos.
-Entonces sólo has de decirme que sí- dijo el caballero acercándose.
-¿Sabes que nunca más podrás dejar este bosque?- le advirtió la Ondina.
-Lo sé, pero es mi deseo, es lo que he estado buscando todo este tiempo, esa es mi felicidad, y sólo a tu lado me siento así. Creo que desde el primer momento, desde que di mis primeros pasos en este bosque, quise formar parte de él. Sentí algo inexplicable, ahora sé lo que es, pertenezco a este lugar, y quiero quedarme aquí, si me aceptas, a tu lado.- dijo el caballero
-También yo lo sabía, lo vi en tu futuro cuando paseabas a la orilla del río. No podía decírtelo, habías de ser tú quien me lo pidiese.
-Estoy dispuesto, quiero quedarme contigo, para siempre.
Crystal se acercó a su caballero, lo tomó de las manos y poniéndose de puntillas le besó suavemente en los labios. El cerró los ojos y se dejó guiar por la joven, hasta que sus pies tocaron el agua. El corazón le latía con fuerza, casi sintió miedo, pero la voz de Crystal lo calmó.
-No temas mi amado, estarás siempre conmigo. Formarás parte del bosque, parte de mi. Eres un hermoso roble, tus raíces se adentran en mi laguna, tus ramas acarician la superficie del agua, eternamente estaremos juntos y nada nos separará.
El corazón del caballero transformado en roble, latía fuerte, seguro, feliz. Podía sentir la brisa, el calor del sol, el agua, oír la voz de Crystal, la paz del bosque, ya era parte de él, y lo sería, hasta el fin de los tiempos...
Las hadas contaron lo sucedido al duende, y este se alegro de que por fin hubiese hallado lo que tanto y tanto había buscado.
El duende suele dar paseos que lo llevan hasta la que ahora se llama, laguna del roble. Se sienta a su sombra en los días de verano y apoya la cabeza en el rugoso tronco, para oír latir, siempre tranquilo, el corazón del caballero.
Cuentan...que en los días brumosos de otoño a la hora del crepúsculo, cuando los robles visten sus hojas del rojo más intenso y las tardes aún son cálidas. Se puede ver a un apuesto caballero, sentado cerca de una cascada con una hermosa joven de cabellos dorados como el sol, y ojos de un azul tan profundo como la laguna. Dicen...que no hay dos que se miren, con más amor...