Para ser considerado caballero hay que tener al menos diez virtudes:
Bondad, valor, afabilidad, talento poético, elocuencia, fuerza, destreza en caballería, habilidad en el manejo de la lanza, la espada y el arco.
No las poseo todas. Monto a caballo sólo regular y no soy muy de armas, pero dudo que hoy en día abunden las lanzas, las espadas y los arcos, no creo que me vea en el compromiso de tener que usarlas. En cuanto a la elocuencia y el talento poético, también eso sería discutible. Y del resto, si no sobrada, creo tener suficiente. Así que me veo en facultad de nombrarme a mi misma caballero.
Dictan las leyes de la caballería que hay que respetar al débil, ser generoso con el vencido y cumplir religiosamente con la palabra.
A esto último me acojo. Di mi palabra, palabra de amor, de amar fuesen cuales fuesen las circunstancias y las adversidades. Pase lo que pase...te amaré, eso dije, y en esas palabras empeñé mi honor.
Nunca he ganado torneo alguno, aunque me haya batido en buena lid.
No he vencido, pero tampoco me he rendido.
No me queda más orgullo que ser fiel a la promesa que hice.
Mantendré mi palabra, y estará a salvo mi honor.
Que nadie se alarme, no me he comprado una cota de malla en las rebajas. Me gustan los cuentos y las historias de amor. Porque en todo cuento que se precie hay una, y algunas historias de amor...son de cuento.
Y esto, no es más que eso...un cuento.